Las ceras de color inundan la mesa del escritorio. La dorada luz de la farola entra por la ventana y se mezcla con la nocturnidad de mi cuarto de interruptor fuera de servicio. Ahí afuera la noche está pasando. Me sumo a la volatilidad de la melodía; el frigorífico está bien cerrado y yo pasaré un rato sobre la cama desintegrando unidades de tiempo…
…en aquel preciso instante en que un segmento lineal de escasos centímetros unió, por un momento real y para siempre en mi subconsciente, cuatro esferas cristalinas destinadas a ejercerse la atracción más poderosa que el universo ha sido capaz de inventar. Miles de preguntas que se chocan entre las ondas del sonido eléctrico. Un sonórico silencio profetizado a romperse.
…en la ciudad, y nosotros dos corriendo por ella. Niños, farolas, vallas publicitarias y marquesinas pasando fugazmente a nuestro lado, y mientras yo dibujándote una sonrisa. Saltar un banco del parque, andar sobre el bordillo y frenarnos de pronto frente a un portal, y tus ojos mirando tímidamente mi camiseta antes de cerrarse para que el tiempo aturdido estimule tus sentidos.
…en nuestro escondite, nuestro palco desde donde se puede ver el cielo entero, y yo tumbado, y tú a mi lado, los dos, y la noche detenida delante de nosotros. Una estrella que se descuelga, una estrella que nos observaba en silencio y ha bajado para rozar tu mejilla. Y susurrarte al oído, labios húmedos, y tú mirando mis ojos.
…en la última vez que te vi, en un adiós frente a una puerta de madera y forja. Dos dedos que se tocan por última vez. Una ráfaga de viento que mueve tu pelo, y tú, ya sin mirarme, y una esquina interponiéndose entre los dos. Una promesa, una compañía para un viaje que jamás llenará maletas. Una lágrima rota contra el suelo, un recuerdo alojado para siempre en el universo de mi mente.
Las ceras siguen esparcidas, chocando perpendicular e inevitablemente contra el cuadrúpedo objeto. Una luz incide directamente sobre el párpado, propiciando así el desvelo de un iris desconcertado: La farola hace horas que se apagó. Ahí fuera el día ha comenzado. No recuerdo cuando cesó la melodía, tal vez no quiso hacer bajar a ningún viajero del tren de los sueños, lástima que el Sol no haya pensado igual. El frigorífico sigue cerrado, aunque creo que no por mucho tiempo. El contador se vuelve a poner en marcha y los segundos, a partir de ahora, escapan de uno en uno.
Escrito entre las madrugadas del 13, 14 y 21 de Febrero de 2007 por punKTomatic
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